Mientras en 1994 Judith Bamber presentaba su «Untitled #1″, óleo sobre lienzo, en que un plano detalle de una vagina componía la totalidad de la alargada obra, en el mundo cientos de mujeres eran sometidas a una ablación de clítoris, miles de personas del sexo femenino sufrían malos tratos y la práctica totalidad de las mujeres vivíamos bajo un sistema patriarcal sustentado por, entre otras cosas, la publicidad y todos los medios creativos que en ella se emplean.
Cuando Georgia O ́Keefe recurría a las flores para representar esas mismas vaginas, coloridas composiciones que se expanden desde su centro como símbolos de la fertilidad y de la vida, sabía que solo unos años atrás, hasta 1893, en las Academias de Arte la entrada a la clase de dibujo desnudo estaba prohibida a las mujeres. Los caballos de Rosa Bonheur, que tuvo que pedir un permiso especial para vestir pantalones y acceder así a ferias de ganado y establos en los que tomar apuntes para sus obras, son quizás la anécdota positiva de tal prohibición. Así, la simbología del cuerpo femenino desnudo pasaba a formar parte de una reivindicación política, sociocultural y artística, que habría de luchar contra las imposiciones sociales sobre el cuerpo de la mujer, ensalzando los órganos sexuales femeninos como emblemas metafóricos de esa liberación. El cuerpo femenino, hasta entonces apreciado en el mundo (del arte) a través del uso que el hombre hacía de él, se convertía en un medio imprescindible para derrocar ese papel pasivo, encumbrando a la mujer (creadora) como interlocutora activa y sacando a la luz pública de los museos, de las galerías, de los libros o de la calle, temas como las violaciones, la violencia de género, la diferencia salarial o el racismo. Porque siendo minoría en la historia (del arte), que no en la población, el movimiento feminista se preocupa igualmente por las reivindicaciones raciales y sociales que parecen no competer al patriarcado económico y político.
El papel activo de la mujer en cuanto a la creación no hubo de esperar, ni mucho menos, a la expansión del movimiento feminista de los 70, aunque es cierto que hasta su aparición y posterior trabajo reivindicativo, muchos nombres relevantes fueron desterrados tanto de enciclopedias como del conocimiento popular, sesgando la información, censurando la realidad y controlando la historia. Tomemos por ejemplo la literatura, en la cual difícilmente se pudieron obviar/olvidar los versos de Sapho, una mujer que cantó a la belleza femenina en la Grecia clásica y que, habiendo nacido en la isla de Lesbos, dio nombre a toda una identidad sexual, el lesbianismo. Sobre lesbianismo versa también una novela publicada a finales de los años 30, en que se narra la historia de una mujer desde su vano intento por escapar a los sentimientos lésbicos que alberga hasta su toma de conciencia política como mujer homosexual,»Diana» tuvo que ser publicada bajo seudónimo y nunca ha sido desvelado el nombre real de su escritora, conocida como Diana Frederics. Precisamente el ámbito más represivo, el sexual, será también el primero que desafiar a partir de los 70 y desde la perspectiva del nuevo feminismo, obras literarias y filosóficas de gente como Gertrude Stein,
Virgina Wolf o Simone de Beauvoir, serán una base a partir de la cual proseguir el trabajo común frente a la opresión sistemática.
Ni siquiera medios artísticos tan recientes como la fotografía o el cine se libran de la visión estandarizada. Si por todos es conocido Frank Cappa, hasta hace bien poco la obra de Gerda Taro permanecía en un olvido histórico del que ahora, en medio de esa lucha por la restauración histórica del papel de la mujer en el arte, parece estar saliendo a través de artículos periodísticos, exposiciones y catálogos de los mismos medios, museos y galeristas que siguen cerrando las puertas a la obra de mujeres por el hecho de serlo. Incongruencias temporales. Este mismo año Iciar Bollaín recordaba en una entrevista hasta qué punto nos alarmaríamos si el porcentaje de directores de cine fuese tan bajo como el de directoras… ¿qué cojones pasa que no nos alarmamos? ¡cuántos ovarios desaprovechados! Que ni en el cine ni en la fotografía, medios del S.XX, hayamos sido capaces, como sociedad, de superar la supremacía de un género, de una raza y de una sexualidad, dice mucho del poder patriarcal, ejercido también por mujeres, y de su peso en todos los aspectos históricos y sociales.
Precisamente tomando como punto de partida la estandarización de la mujer en el cine, Cindy Sherman evoca en sus autorretratos fotográficos distintos estereotipos (que no personas reconocibles), a partir de los cuales reflexionar sobre la representación de la mujer y los roles femeninos en el séptimo arte y en la sociedad. Son los de Sherman «fotogramas» creados a partir de la realidad de una ficción y es precisamente un fotograma el que emplea Deborah Bright para rehacer una escena que podría ser extrapolada a otras miles. La obra «Untitled» de la serie «Dream Girls» recoge un momento de la película «Desayuno en Tiffany ́s» en que Audrey Hepburn pide a George Peppard que le encienda un cigarrillo, y que ha sido intervenido con una fotografía de la propia Bright que, metiéndose en medio de los dos protagonistas reales de la película, enciende el cigarro de una Holly Golightly que en la obra original de Capote se nos antoja bastante más sexual y alocada que en la adaptación cinematográfica.
La mujer de Jacques Rivette… la mujer de ¿? ¿cómo? Yo en todo caso hablaría más bien del marido de Agnés Varda, sin embargo parece que el ejemplo no cunde y la fórmula habitual es la primera. En cuanto a esta gran cineasta, abuela de la nouvelle vague, de la que de hecho se puede considerar iniciadora con su filme » » , cabe recordar que su maestría estuvo siempre espléndidamente conjugada con su militancia política. Una mujer consciente de sí misma y de su contexto, que fue exponente del feminismo entendido como un movimiento múltiple, reivindicativo y congruente con la realidad del sexo femenino en las sociedades del S.XX. Múltiple porque Agnés Varda fue siempre consciente de la diversidad de caminos posibles en la lucha por la igualdad, así los muestra en películas como «Une chante, l ́autre pas», en que fue capaz de abordar, desde un metraje tan entretenido como interesante, temas por aquel entonces (y parece que ahora de nuevo) tabú, el aborto, las desigualdades sociales y salariales, la mujer en la sociedad oriental, la maternidad… la maternidad o su ausencia voluntaria.
Si de madres hablamos recordemos el apoyo que a Fanny Mendelssohn Hensel le brindó su progenitora. Consiguió que su hija tuviese los mismos estudios musicales que el hermano de esta, aún cuando no era lo más habitual ni lo mejor visto. Por desgracia Fanny Hensel, como ha pasado a la historia, no tuvo la misma suerte con su hermano, quien evitó que publicase su obra aludiendo a lo inapropiado de que una mujer así lo hiciese. Y es que Felix Mendelssohn no fue feminista. Aún hoy en día una gran parte de las personas de género masculino, y otras tantas del femenino, no se consideran feministas. Nos encontramos aquí con una incongruencia, una carencia educativa (en cuanto a desconocimiento del significado) o una falta absoluta de respeto por el género humano (que es también una carencia educativa y que está además fomentada).
La falta de respeto llega en primer lugar desde las instituciones y en el mundo del arte son los museos las más importantes. En 1985 nacen en Nueva York, para hacerle frente de manera pública, las Guerrilla Girls. Una de sus acciones más famosas consistió en la cartelería que rezaba: «¿tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Museo Metropolitano de Arte?, un 5% de los artistas son mujeres, un 85% de los desnudos son de mujeres».
¿por qué importa tanto que representantes de Femen se desnuden por voluntad propia y para luchar por los derechos de la mitad de la población, y sin embargo nadie se plantea la cantidad de mujeres desnudas que, pintadas por hombres, son expuestas como objetos pasivos? Incongruencias atemporales.