Este artículo es absolutamente prescindible pero se titula «La obesidad cultural» y lo firma una lesbiana. (2016)

Hubo un tiempo en que la producción cultural masiva me producía cierta angustia creativa. Para empezar me encontraba rodeada de objetos materiales que, pensaba, llegarían a saturar el mundo, y, aunque las ideas se me antojaban deliciosamente intangibles, me preguntaba hasta qué punto serían asimilables. Llegada a cierta edad quemé mis libretas, no sé si debido únicamente al pudor o impulsada quizás también por un afán de sostenibilidad que ahora veo, hubiese estado mal encaminado.

Lo cierto es que la producción industrial, a día de hoy y de manera consciente y meditada, me produce también angustia, aunque esta vez de tipo vital. El consumo exacerbado promovido por este sistema económico que, desde el principio, invadió lo social, lo cultural y, sin duda alguna, lo político, provoca obesidad mórbida y muertes por inanición. Y mientras se beben miles de litros de Coca-Cola (lástima que la publicidad negativa sea también positiva a nivel comercial… caca-caca) que han derrochado muchos miles más de litros de agua incluso en lugares en que esta es un bien escaso, muchas miles de personas ven decenas de capítulos de series semanales, escuchan cientos de canciones, leen miles de palabras… los cuerpos engordan y las mentes… ¿y las mentes?

El consumo masivo de cultura nos convierte en mentes hambrientas pero muchas veces también en seres irreflexivos. Y engordamos a base de grasas, a base de productos nefastos equiparables a alimentos de origen transgénico, nos empachamos, vomitamos y seguimos comiendo. Permitimos mutaciones mentales y olvidamos. Olvidamos los paladeos que degustan con satisfacción la magia de una secuencia bien llevada, de una historia melancólica basada en hechos reales, la sinceridad de un alegato convertido en canción. Olvidamos que detrás de una producción cultural hay (no siempre) algo más que un producto. Paradoja: engordamos pero morimos de inanición.

Supongo que en parte fue esa «alimentación» cultural la que me abrió los ojos y me permitió ver más allá de la angustia que coartaba mis ansias creativas como adolescente. No recuerdo el momento, ni la reflexión que lo acompañó pero me puedo aventurar a pensar que fue en la biblioteca o quizás en un ciber descubriendo la incipiente Alejandría universal. ¿Dónde estaban entonces las lesbianas del mundo? No aparecían en televisión, a duras penas encontraba una novela cuya protagonista fuese una mujer homosexual y a los cines de mi ciudad nunca llegó ese clásico lésbico de 1994, Go Fish, que es una gran película premiada en varios festivales internacionales. Mi realidad sexual me liberó de mi angustia, había mucho que contar, mucho tiempo que recuperar, el mundo necesitaba de creadoras que retratasen las realidades silenciadas, de cultura y también de productos culturales que devolviesen su lugar en la historia a las minorías denostadas por una supremacía políticamente interesada, que controló durante muchos siglos y con un poder hegemónico también el mundo cultural (y claro, excepciones las hay, salvando la dignidad de la raza humana y por suerte para todas)

Y ahora, lejos de pretender una obesidad cultural inútil me propongo promover (o al menos aplicar en mi vida) una absorción intelectual digna de las creaciones, me dejo hacer e incluso almacenar de manera ordenada, respeto mis libretas e imagino un mundo repleto de otros mundos, de otras verdades y de otras mentiras. Pero deseo sobre todo un mundo culturalmente diverso, carente de «targets» y en que cualquier heterosexual haya visto tantas pelis con protagonistas gays como yo las he visto con protagonistas heterosexuales.

Pero en fin, esto es solo otra acumulación de palabras en otra revista cibernética, es, tal y como su título indica, absolutamente prescindible y puede que incluso potencialmente dañino para tu salud… pero yo avisé y de este último punto no me hago responsable, te toca a ti como lector decidir entre masticar o tragar (si es que desde un principio no te has decidido a cerrar la pestaña del navegador, acto muy lícito que te puede haber llevado a utilizar tu tiempo de una manera más PRODUCTIVA).